Campaña del arcoiris: ¿activismo empresarial?
Claudio Alvarado R. Director ejecutivo IES
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Claudio Alvarado
Desde transnacionales hasta emprendimientos locales, pasando por el retail, restoranes y farmacias. En los últimos días diversas empresas —las mismas que promueven el complemento entre hombres y mujeres en directorios y otras instancias— parecían competir por apoyar el “orgullo”, el “arcoíris” y el proyecto de matrimonio homosexual firmado por Michelle Bachelet y restaurado por Sebastián Piñera.
Sin duda el tema es difícil. Por un lado, hoy muchos asumen que el (indispensable) respeto a todas las personas exige renegar de la unión de lo masculino y lo femenino como base de la vida familiar. Por otra parte, cualquier expresión de duda o escepticismo arriesga ser tildada de homofóbica u hostil: la diversidad tiene sus paradojas. Quizá fue este escenario lo que impidió que ciertos directorios o ejecutivos —según el caso— se formularan algunas preguntas elementales antes de sumarse a la campaña.
Pero, ¿cuáles preguntas? ¿No urge acaso girar hacia el lado correcto de la historia? Nada es tan simple. Además del rechazo a la libertad que supone ese tipo de planteamientos —las cosas siempre pueden ser de un modo u otro—, estas discusiones no están zanjadas de antemano ni para siempre. En rigor, el panorama dista de ser homogéneo, sobre todo si nos alejamos de los sectores más aventajados.
Por ejemplo, un reciente y difundido estudio del COES muestra que un 65% de las elites valida esa modificación del matrimonio; apoyo que —constata el mismo estudio— baja al 54% en la ciudadanía en general según otros sondeos. Podemos estar ante un curioso caso de desconexión entre dichas elites y el Chile profundo: las prioridades de uno y otro no son las mismas, y hay un debate abierto en estos ámbitos.
¿Y qué deben hacer las empresas ante ese debate? La respuesta tampoco es evidente si nos tomamos en serio determinadas libertades básicas, como las de conciencia y expresión. Por supuesto, hay instituciones de distinta índole que, legítimamente, orientan su actuar a partir de un puñado de principios religiosos, políticos o culturales, y que están llamadas a participar directamente de estas discusiones. Dichos principios son conocidos por quienes se incorporan a ellas y, por tanto, al integrarse aceptan promover o al menos respetar ese ideario institucional. Por ejemplo, sería absurdo que el profesor de un colegio perteneciente a tal o cual colonia extranjera renegara abiertamente de la cultura de ese país. El problema, sin embargo, es que las empresas no suelen abrazar esa clase de principios: su giro va por otro lado.
¿Cómo justificar, entonces, el plegarse en forma intempestiva (¿irreflexiva?) a una campaña que en esas materias adopta una determinada posición y excluye otras? ¿Qué ocurre con sus integrantes que, por el motivo que sea, miran con recelo la bandera del arcoíris? Si un accionista minoritario o un empleado sin poder de decisión discrepa, ¿se sentirá con la libertad como para plantear su disenso? ¿Puede hacer algo al respecto? ¿No hay al menos que preguntárselo?
Estas y otras interrogantes exigen ser analizadas. Por lo demás, hay ciertas agendas que adquieren tal importancia para las élites y la opinión pública que tienden a ocultar o desplazar otras preocupaciones tanto o más importantes. A veces es más fácil abrazar la bandera del momento, pero el aporte al país de las empresas no pasa por inclinar la balanza del debate político, sino que por mejorar las condiciones de sus trabajadores. No vayamos a olvidarlo.